Y no es fácil. Primero por las medidas que usaban (libra, cuartillo, taza, pizca, lo que admita...) y segundo porque no da tiempos de horno ni temperatura.
Recuerdo cuando se hacían estos dulces. La masa se preparaba en casa y se llevaba a la panadería, donde se horneaba. Pasábamos toda la mañana allí. El panadero nos dejaba unas bandejas de latón y allí se iban poniendo cucharadas de masa. Yo era la encargada de echarles el azúcar por encima. Me encantaba ver como iban saliendo tan doraditas y lo bien que olían...
Ingredientes:
- 6 huevos medianos
- 1/2 kg de azúcar
- 1 vaso de los de agua de aceite de oliva suave o aceite de girasol
- 1/2 kg de harina de todo uso
- 1/2 caja de gasificante (4 papelitos blancos y 4 azules)
- Ralladura de 1 limón
- 1 cucharadita de vainilla en pasta
Encendemos el horno a 180º.
Mezclamos el gasificante con la harina y reservamos.
Batimos muy bien los huevos con el azúcar. Añadimos el aceite y volvemos a batir. Agregamos la vainilla y la ralladura de limón.
Por último vamos incorporando la harina poco a poco y mezclamos bien.
En una bandeja ponemos papel de hornear y vamos echando cucharadas de masa, dándoles un poco de forma para que queden redonditas. Hay que hacerlas grandes, casi como la mano, pero separadlas bastante porque se expanden.
Les ponemos un poco de azúcar por encima y las metemos en el horno entre 12 y 15 minutos, dependiendo de si nos gustan más o menos doradas.
Cuando estén listas, las sacamos del horno y las dejamos en la bandeja hasta que estén templadas. Después las ponemos sobre una rejilla para que se enfríen del todo.
Me encanta la textura que tienen, un poco abizcochada. Son ideales para el desayuno, y mojadas en la leche están divinas.
Probadlas y ya me contaréis.
¡Besos mil!